Esencia y Exilio
por Ben Itzjak
El hombre es capaz de captar únicamente lo específico y definido. Puede leer lo infinito entre líneas sólo a través de palabras exactas. Puede captar la sonrisa más hermosa de un niño sólo gracias a los gestos de su cara. Puede vibrar ante la más bella melodía que surge de estrictos y marcados compases musicales. Lo indefinido e inefable en estado de pureza le resultan absolutamente inaprensibles.
Por tanto, si el objetivo es revelar y dar a conocer el mensaje de eternidad oculto en la materia, si el propósito es nombrar la esencia, la palabra primera y primaria, el único camino conocido es el pacto entre lo inefable y lo definido, entre el número exacto y el infinito. Para que lo esencial pueda captarse debe primero venir envuelto en papel de exactitud.
La dispersión de ideas nos confunde, nos marea, y muchas veces nos asusta. Hay quienes prefieren no exponerse, no arriesgar sus "verdades" por temor a una posible confusión. Sin embargo, sólo aquel que es capaz de aceptar la confusión y el torbellino de ideas será capaz de desechar lo casual y transitorio y detectar lo importante, lo fundamental y duradero. La confusión provocada y consciente, calma y pacífica -sin culpa y sin exigencias de resultados inmediatos-, es la tierra fértil en la que crecen las ideas más brillantes.
La confusión nos clarifica. El sometimiento nos asfixia, nos debilita, nos afecta y nos deteriora. Las exigencias sociales nos esclavizan, y el moderno faraón se ríe a carcajadas al quitarnos todo nuestro tiempo a cambio de "un guiso de lentejas". Pero llega un día en que la copa se llena y sin saber cómo y por qué experimentamos la nostalgia más feroz por recuperar nuestro tiempo y nuestra libertad. Y casi sin darnos cuenta nos encontramos luchando a brazo partido por recuperar el ejercicio más elemental del libre albedrío.