¡Qué hermosa y qué encantadora eres, amor mío, con todos tus encantos!



Revuelto de verduras


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No te olvides de apagar el fuego al acabar de cocinar el plato de verduras y de comértelo caliente, el plato, mi amor, no el fuego. El fuego, ese fuego nuestro, déjalo encendido para después de cenar, así, cuando llegue a las tantas de la madrugada del trabajo, con los pies hinchados y la cara de derrota, como siempre, te procuraré cálido en la cama y mi cuerpo sentirá que nada le falta.

Pero la cena a fuego manso, a ese fuego que, como el nuestro, mezcla todos los sabores hasta que sólo permanecen esencias profundas, y no me vengas con que no te gustan las acelgas, los puerros, los tomates, las cebollas? sólo tienes que prepararlos con cariño aunque sea comida de pobres y de tierra que nos regresa a la lama. Los lavas bien, los troceas, haces un sofrito con aceite de oliva y los vas metiendo poco a poco en la sartén con un vaso de agua, el agua que nos purifica y que nos salva de los naufragios del resto del día, el agua roja de los besos con pan enmohecido que guardo dentro de las noches en las que llego con olor a bar, a tabaco, a copas, a grifos y estruendos de televisión, impregnada de toda esa humedad de la que necesito cobijarme por ser en exceso agresiva. Y después el fuego, ese fuego de desear arder y de liberar la piel en tu piel donde todos los sabores se intensifican. Acuérdate de apagarlo, el otro fuego, digo, quince o veinte minutos después de que hiervan las verduras tristes pero deja la ilusión intacta para cuando yo llegue y me meta aterida a tu lado en la cama. Hoy no querré que me hables de lo difícil que resulta encontrar un nuevo empleo, de esos problemas que desde hace tanto nos trastornan y te gritan en las narices no, no, no, mientras el tiempo, nuestro tiempo se evapora, compañero, como humus vegetal, sin rumbo ni camino. Hoy sólo quisiera el hablar de tus manos callosas y aquellos besos fuertes de antaño, háblame del hombre que te hierve por dentro, del hombre que te nace, como verduras en éxtasis, háblame en silencio, al oido, mi amor, dime, dime que es mentira que la muerte se te apareció en una carretera cualquiera mientras cruzabas, dime que vas a estar cuando yo llegue a casa, que vas a estar, caliente y feliz, esperándome, después de cenar, aún con ese fuego visceral en la mirada.

Carlota H. V.

[Beatriz Dacosta Molanes de Cangas - Finalista del III Concurso Antonio Villalba de cartas de amor]


Carissima in Deliciis

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