¡Qué hermosa y qué encantadora eres, amor mío, con todos tus encantos!




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UNA VIEJA FOTO

Una vieja y amarilla gráfica la descubre con un sombrerito tirado hacia atrás. Pero lo más curioso es el ceño. A su edad, Margarita, tan concentrada ella. A nadie se le ocurriría pensar que acababa de pasar por una situación tan grave, tan dolorosa, porque perder a la madre a una edad tan temprana crea todo un vacío que atemprana la muerte o las ganas de vender la casa con todo adentro.

Yo soy una mujer que ha pasado por muchos dolores, pero esta vejez tan lenta nadie la profana, porque para mí la muerte es un paseo que espero ansiosa.

La anciana repasa una y otra vez la imagen de la fotografia.

Una muchacha le trae té de tilo y le quita el cartoncito de la mano. "Mamá, debes tomarte tu infusión, deja los recuerdos un rato en el cajón que ya va a anochecer; tú sabes que la memoria hace daño a esta hora, y más a ti, que no puedes despegarte del pasado".

Margarita retira la taza y coloca la foto sobre la cómoda. Mira en silencio a la anciana y la ayuda a levantarse para que se acerque a la ventana. "La última luz del día es buena para el alma. Tú no sabías, Margarita, que cuando uno va a morir es bueno que le enseñen el sol. Uno se lleva en los ojos ese brillo, y cuando se encuentra con Dios no lo sorprende la luz que lo rodea".

—No digas esas cosas, mamá. A ti te quedan muchos soles todavía.

Cuando sacaron el cuerpo de la niña, nadie se imaginó que en la casa la vida cambiaría. Sólo que la foto sería una justificación para cavilar y seguir anclada en aquellas horas. El tiempo le había quitado a la niña el sonido de la voz, el brillo de los ojos. "Esa sonrisa tan de ella que la muerte la ha ido borrando del papel".

—Mi niña Margarita. Mi niña Margarita, llora la anciana.

La muchacha la ayudó a llegar a la habitación. La sentó en el borde de la cama y le entregó el rosario. "Vamos a rezar, mamá. Mañana habrá otro sol".

—Margarita, ya la luz se acabó. Con tu muerte me queda sólo seguir molestándote, ver la foto de cuando estabas chiquita. Y pensar que sufriste tanto cuando supiste que yo había muerto. Esa noticia fue la que aligeró tu despedida.

—Mamá, cuántas veces tengo que decirte que yo nunca me he muerto, que es sólo una mala noticia, que tú vives en el pasado viendo una fotografía en la que estoy triste y nada más.

—Margarita, tú no habrás muerto, como dices, pero yo si, y por eso crees que vivo en el pasado. Los muertos no tenemos presente, por eso me ves borrosa, anciana. Nada de esto es verdad, sólo nosotros, en esta fotografía ●


Alberto Hernández


Carissima in Deliciis

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