La Paella - Illustration by Roberto Weil
Se reunieron en la alta sala del edificio, siempre impecable y refrescante. Debía ser el hogar de alguno de ellos, informal, acogedor. Se ha dicho que la ciudad guarda un aire de eterna primavera, y una vez más es cierto: por los amplios ventanales corren las lejanas montañas, los árboles, el soplo azul. Una de las parejas trajo café, té y cerveza. En los sofás del fondo hay dos hombres muy viejos y una anciana con comicidad de conejo. Junto a la mesa central, varios niños. El resto son hombres y mujeres próximos a los cuarenta. Alguno, humilde en su traje, otros levemente ostentosos. Han bromeado y reído durante la primera parte de la reunión, pero cuando la pareja termina de colocar vasos y tazas saben que —como lo habían preparado en sesiones anteriores— ha llegado el momento de hablar con decisiones. —...y esto es lo que acordamos. Una ciudad tan grande y actual, sin nosotros —imposible! Los meses y hasta años de encuentros casuales —según hemos confesado otras veces— concluyeron. Hoy iniciamos las reuniones superiores. —Ya todos conocemos el motivo: vamos a hablar directamente acerca de cómo nos gustaría morir. Por qué acallar, ocultar que la idea de muerte nos aterrorizaba? Por qué pensar que morir no puede ser el efecto de un sano deseo? Vivíamos huyendo de esa certeza. Ahora debemos aprender otro tipo de deseo. —Hemos visto cómo en grupo el tema cambia. Y si al estar solos vuelve el temor, podemos llamarnos, consultarnos. —Es un lugar común que para eso nacemos. Hablemos entonces y digamos cuál sería nuestra muerte predilecta. Saber desear es lograr el deseo. —A mí me gustaría... Nadie tenía una inmediata razón para pensar en el final. Y uno tras otro larga, detallada, lúcidamente expusieron su ensoñación, la que nunca antes había sido convertida en palabras. Entonces alguno de ellos pensó —sólo pensó: —Pero no es ésta una manera de arruinar aquello realmente único que poseemos, no es un modo de vulgarizar la muerte? Y sonrió
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José Balza - "Los Superiores")