¡Qué hermosa y qué encantadora eres, amor mío, con todos tus encantos!



VUELO 4 0 4


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T
arde fresca de Octubre. Testigos impasibles, no despegábamos la vista en la atmósfera de este aeropuerto repleto siempre de almas conmovidas.

No habría elemento alguno sabido que dijese que estabas en lo correcto. Nadie te compensa por no haber desaprovechado las oportunidades que te regala la vida. Severidad enloquecedora augurable del futuro, sin saber por dónde empezar, por las nuevas despedidas, por los sueños o por la brevedad punzante. Los vuelos son un rompecabezas armado en las alturas —salida, llegada, retraso—, y la expectación tampoco podía durar mucho tiempo.

Aún así, esta visita era una concesión, un agujero en el marco del infinito. Han pasado algunos años y sabíamos que llegado el momento, ni siquiera una frase susurrada nos salvaría de la emoción del inventario de los días. Como una lanza, la voz viajaría sin textura ni epidermis y la asfixia de las pequeñeces cotidianas nos delataría como siempre.

El suspenso se hinchába cada vez más a nuestro alrededor y hasta vislumbramos un tren galáctico dejando atrás dramas y esqueletos. Insustanciales trascurrían unos tras otros los minutos, la hora ínfima y creo que tuvimos sed. No recuerdo exactamente lo que sucedió después. Hoy sabemos que los contornos de sus siluetas espirituales, la simiente terrenal de sus huesos rodantes, aparecieron en el espacio abierto dejando un resplandor que nos hería los ojos. La transparencia que obnubila hizo que alcanzáramos una alegría incontenible.

Se hicieron presentes, y vestidos en una simetría armónica, pudimos fusionarnos en un eterno abrazo mientras las margaritas desbordaban en nuestras mejillas su sonrosado perfume.

Y si hoy se acabase la vida, les aseguro que quedará siempre guardado el instante etéreo del vuelo 404

Aron Gia - 12 Octubre, 2007


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