¡Qué hermosa y qué encantadora eres, amor mío, con todos tus encantos!




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Llegó ayer y el mundo se hizo de nuevo. Su largo viaje desde las gasas del tiempo, su vuelo ligero entre certezas y posibilidades, tomó nuevo rumbo al llenar sus pulmones y nos recogió como pasajeros en su llanto.

Ayer fue su tránsito de la cálida noche uterina a los besos tibios en una tarde clara de cielo franco y brisa sincera, y así como siempre ha sido, vino para recordarnos que más allá de estos cuerpos hay una materia que atraviesa el tiempo. Energía que nos traspasa y nos supera.

Llegó ayer y todas las partículas del mundo vibraron en armonía. La rueda de la vida, siempre girando a pesar de nuestros sueños, miedos y obstinaciones, nos dejó un regalo en las manos y siguió su ciclo eterno de transformaciones.

Allí estábamos entonces, ante el milagro y la sangre, dos padres al final de la espera y al comienzo de la esperanza.

Con nuestras voces le dimos la bienvenida al mundo y de sus ojos recibimos el abrazo del mañana.

Llegó ayer y hoy todavía me cuesta creerlo. Anoche durmió sobre mi pecho y mi corazón quiso decirle lo que pasaré una vida diciéndole al oído. Ella escuchaba en paz, sabiendo lo que sé ahora cuando beso sus manos: que hay una fuente de amor que no brota de nosotros, aunque seamos nosotros quienes la derramamos.

Un río cuyas cabeceras se pierden en la espesura de lo que sentimos y a veces palpamos. En sus aguas flota la rica materia de la que estamos hechos y de sus aguas bebemos la esencia vital que mantiene encendida la llama interna.

Un fuego que viaja en las aguas del tiempo. Una luz que nunca se apaga.

Llegó ayer y hoy recuerdo lo que una vez de niño leí, cuando descubría que el corazón es capaz de sintonizarse con la rueda de la vida y así poner en marcha las más fabulosas consecuencias.

Tus hijos no son tus hijos. Son los hijos e hijas de la vida, deseosa de si misma. No vienen de ti, sino a través de ti, y aunque estén contigo no te pertenecen.

Esta mañana, mientras tarareaba su nombre y la arrullaba en brazos, recordé a aquel niño que presentía algo más allá de las palabras en los versos de Khalil Gibran.

Hoy este hombre siente lo que el poeta acariciaba.

Ustedes son el arco que lanza a sus hijos como flechas vivientes. El Arquero ve las marcas en el camino hacia el infinito, y los dobla con la esperanza de que sus flechas vayan rápido y lejos. Dejen que su curvatura en las manos del Arquero sea para la felicidad, pues así como ama las flechas en su vuelo, así ama el arco que es estable. ¿Qué nombre darle al arquero?
Por ahora lo llamaré Dhamma.

Llegó ayer y ya no existe más nada. Las noticias perdieron su gravedad, lo inmediato se hizo ligero. Esta ilusión que llamamos realidad se impregnó de un olor a pañal, piel y leche y ahora parece más hermosa.

Entre risas y desvelos las horas se van amontonando, indiferenciadas y plenas, un reloj que marca los días por venir. El mundo es como lo vemos, suelo decirme, con nuestros pensamientos lo construimos.

Desde hace unas horas sólo puedo pensar en su nombre, que viene una y otra vez, como su llanto Llegó ayer y algo cambió para siempre. Afortunadamente, el cambio: lo único que permanece.

Nada de lo que nos ocurre es nuevo. Solo que nos ocurre por primera vez.

Llegaste ayer y serás lo que quieras, Isabel.

[Elí Bravo - "Isabel" 2004]


Carissima in Deliciis

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