¡Qué hermosa y qué encantadora eres, amor mío, con todos tus encantos!



JUSTO (En memoria del viejo)


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Primero la angosta carretera hacia la cúspide. Después la selva profunda, la neblina. Luego, Uraca. En la mañana el transitar incontrolable de vehículos y los rostros espantados que al sentirse sorprendidos, desaparen apresuradamente por el zaguán de las casas. Un poblado de cunas que amablemente recibe a un antiguo y querido barco. El río silencioso pasea sobre las rocas del laberinto. Pueblo grato y misterioso. Sombra y luz. A veces íbamos a la iglesia de la plaza pa' rezarle un rato a nuestras almas.

Lo único que me da vueltas en la cabeza es recordar con profunda reminiscencia “aquellas tardes y aquellos desayunos” que habíamos comido con tantas ganas en la casa del recordado Justo. El viejo Justo Solórzano era un fiel amigo que mostraba esa tristeza en el caminar como un rosario que recitaba todos los días. Inolvidables el Lajao, la Virgen y la Nevera. Sueños que se sueñan para siempre y no abandonan ya nuestra alma. En Puerto Colombia la bahía forma un borrascoso círculo de agua, entre peñeros multicolores, espuma y malecón. Un niño encima de un cañón apunta a un corsario en el horizonte. Ávidos de sol y cerveza pensamos en Chuao o quizás Cepe. Botines de peces rojos a veces nos aguardaban donde el negro Cheo (Justo era un experto en masticar las cabezas de pesca'o frito). Por las tardes, a lo lejos desde la Loma, se podía divisar el Trapiche, allí donde dormían las nubes del cerro, que una vez visitamos empalagados de caña de azúcar.

Abajo, el museo y el gran dique. Camino de piedras las palabras. El Wilo, Coquito y los amigos. Más de una vez, entre cortinas de plata, sorbimos un largo trago de "guarapita doctor killer", mientras llenábamos de besos a la amada. Collares álgidos descolgaban de los rostros en el éxtasis del instante. Arriba, el calor y las mochilas, y en el cuarto el espiral humeante. Ebria en el cristal la serpiente. Con la noche, el fuerte ruido de pájaros nocturnos se desliza por las rendijas de las ventanas. Ahí viene Justo decían, y es que nadie caminaba como él lo hacía. El tiempo se ha esfumado, pero el viejo Justo aún es amado. Sobretodo en Choroní.

© Elías Lira - 11 de Mayo 2006


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