Nubes con Sandalias Como la tenía de frente podía mirarle los pies. Eran unos pies hermosos: blancos, con los dedos parejitos levemente decrecientes del pulgar al meñique, las uñas limpiecitas, bien limadas y sin nada de barniz, como a mí me gusta.
Sí, lo confieso, lo que más me gusta de una mujer son los pies. Casi siempre cuando conozco a una muchacha tiendo a bajar la vista para mirárselos. Si tiene zapatos cerrados me quedo con la incertidumbre, pero si va en sandalias la experiencia es otra, que puede ser decepcionante o excitante dependiendo de los pies que me toca mirar. De esta manera me he llevado algunas sorpresas: he visto mujeres bellas con unas patas como de ave de rapiña, y a otras no tan agraciadas con pies dignos de tenderse ante ellos para besarlos.
Así eran los que tenía enfrente, pero esta vez la suerte corría parejo porque su dueña también era hermosa. Tenía el rostro sereno, con poco maquillaje, la mirada distraída por encima del mundo que la rodeaba y esas sandalias de tiritas negras que dejaban al descubierto la poética anatomía de sus pies.
Una mujer que recién ha hecho el amor debería caminar con unos pies como los que tenía enfrente. Ella misma debía ser una mujer que hace el amor en silencio y con los ojos cerrados, dejando flotar sus pies en el aire como pequeñas nubecitas con dedos incorporados.
¿Con quién haría el amor? Debía tener un marido, algún amante quizás. Y ellos ¿venerarían esos hermosos pies como los veneraba yo en ese momento? Si yo le hiciera el amor, comenzaría por besar uno a uno aquellos deditos, pasaría luego a la planta y al talón y los besos continuarían su línea ascendente.
"Cuán hermosos son tus pies en las sandalias, hija de príncipe", musitaba como una oración cuando aquellos pies se afianzaron en el piso y el cuerpo que sostenían se levantó y se echó a andar mientras yo los veía alejarse caminando, caminando, caminando, como una mujer que recién ha hecho el amor
●(Fragmento del cuento de Manuel Cabesa)