LA MUJER CAMALEON - Cuento
Published Monday, October 23, 2006 by O. Elias Lira | E-mail this post
Por Elías Lira
"El camaleón cambia de color según la ocasión" (Refranero popular)
Al abrir la puerta de la habitación se notó el acecho de la muerte. Sentí un río de escalofríos bailar en mi espalda. Acorazada, ella portaba como siempre un vestido llamativo. Pero esta vez, una aserrada cola se arrastraba hacia mí pretendiendo descansar entre los lienzos de la desordenada cama. Experta en criaturas serpenteantes, enramadas y ortigas luminosas mi visitante conocía muy bien su presa aguardando el momento preciso para atrapar y poseerme.
Sus ojos orbitados y opacos hipnotizaban los míos y su boca se aperturaba mientras saboreaba su pegajosa saliva. Su piel ya no era piel, sino que se transformó en escamosa y radiante. En verdad, no sentí su largo látigo haciendo contacto en mi rostro. Impactado y mareado sentí mi humanidad viajar rapidamente dentro de su paladar atravesando su áspero cuello y llegar a la estrechez incómoda de un interior gelatinoso. Engullido y aprisionado aparecerían las primeras contracciones. Aun vivo, intruso en sus adentros, sabía perfectamente que sus líquidos de reptil eran suficientes para despellejarme y mutilarme por completo. Ella se movía a un ritmo lento sin inmutarse. Prisionero de sus paredes cartilaginosas me retorcía buscando una huida infructuosa sintiendo el calor asfixiante y el hedor insoportable desprendido por los demás organismos putrefactos. Vi restos de saltamontes, gusanos, moscas y escarabajos vecinos en este infierno. Una pesadilla Kafkiana estrujando mi mente con diversos recuerdos, como aquel día cuando confesó que era vegetariana, me lloró sus fobias por los zoológicos o rechazó mi insinuación de conocer a sus padres.
Transcurrieron las horas. Yacía impávido. Sentía que ella marcaba movimientos más acelerados. De lejos se podía escuchar la melodía de un extraviado bolero sonando en la radio:
“Por amor una noche cualquiera un amante se entrega. Por amor en un beso se calman unos labios que esperan”. Prisionero en mi claustrofóbica recámara de promesa mortuoria, súbitamente escuché una voz, de afuera o de adentro no lo sé, la cual me hizo salir del angustiado letargo. Muy perceptible, quizás trémula, la mujer-camaleón irrumpió para decirme: ¡Muérete de una vez, maldito insecto!
●