¡Qué hermosa y qué encantadora eres, amor mío, con todos tus encantos!




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Amante de perros

Por Alejandro Bozo

Con la llegada del Schnauzer, mi matrimonio se fue en picada. Juana perdió todo el interés en mí gracias al perrito heredero de la nobleza y el porte de los Terrier. Nunca tuvimos hijos; por lo que para desagriar en algo nuestra unión matrimonial, le regalé el animalito que a las primeras de cambio me pareció simpático. No sabía yo que terminaría usurpando mi lugar. Juana tiene una capacidad ilimitada de amar; eso lo descubrí gracias al perro. Querer a un perro nos hace invencibles y seguros; el animal siempre nos va a retribuir con afecto desinteresado (supuestamente. Deja de alimentarlo a ver si no te come de una); no conoce de engaños ni manipulaciones, es un ser inválido que está pendiente en lo que hagamos o dejemos de hacer.

No opino lo mismo. El Schnauzer manipuló tanto la situación que hasta duerme en nuestra cama. Juana se ha volcado completamente a la satisfacción de las necesidades del perrito, quien de una manera muy sutil, terminó siendo amo de su amo. Por ejemplo, le encanta mi sillón preferido en el que veo la televisión y que dejó de ser mío, porque es pecado mortal sacar al perrito cuando está echadito en él, con esa mirada de invalidez total que provoca sentimientos hiperbolizados de protección en mi esposa. Sentimientos que desconocía y que nunca tuvo conmigo. Odio al perro, porque no soy capaz de concebir que se le pueda querer más que un ser humano. El amor desmedido por los animales, cualquiera que sea su género es una muletilla afectiva y conveniente. Amamos tranquilos de no recibir rechazos ni engaños, si apenas una mordedura de vez en cuando, porque con todo y lo dulce, el muy hijo de puta también tiene su temperamento de terrier, supongo.

No me atreví a envenenarlo porque no sé de venenos, y no vaya a ser que a mi esposa le de por que le hagan una autopsia. Un día lo llevé a pasear y como es muy loquito, le solté la cadena para ver si lo pisaba algún carro, pero lo único que ocurrió fue un gran frenazo y un choque triple frente al animalito; ladrando en medio de la calle a los carros, pero sin un rasguño. Yo tuve que pagarle al primer carro que frenó porque no estaba asegurado. Volví a investigar sobre el veneno, y descubrí uno gracias a la Internet , que si se lo administras en pequeñas cantidades, consigues el resultado en una semana y no deja rastro.

Mi esposa tuvo que salir de viaje, encargándome a su “tesorito”. Por supuesto que no envenenaría al perro de mierda esa semana. Levantaría demasiadas sospechas. Lo que si podría hacer era torturarlo; no darle su comida en las horas establecidas; bajarlo a que meara justo antes de que se le rompiera el vientre; y pegarle con una liga (como hacía cuando era muchacho), pero nada de eso pasó. Nunca había compartido mi soledad con un perro y es una experiencia maravillosa. Te sientes acompañado, pero no perturbado. Después le fui cogiendo gusto a las lamidas de cariño, y ciertamente es un tipo de amor primitivo el que te puede dar un perro, pero la sinceridad va más allá de la nuestra; es natural, no modificable ni manipulable. No pude evitar comparar humanos y canes y resentí que Juana no me quisiera con la misma devoción. El cariño de mi esposa está condicionado para siempre a lo que yo haga para hacerla feliz; a cuanto dinero gane o si escojo el sitio de vacación que más le guste. El amor de los humanos es demasiado complejo; por eso cuesta y da hasta flojera mantenerlo.

Cuando mi esposa regrese, no va a durar ni una semana. Lo que utilizaría en el Schnauzer, servirá para ella, en una dosis mayor, claro


Carissima in Deliciis

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