¡Qué hermosa y qué encantadora eres, amor mío, con todos tus encantos!




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El trabajo que me da

Por Mara del Río

Tener un trabajo es, esencialmente, tener algo que hacer cada día después de levantarte, algo por lo que te pagan; y como te pagan, te imponen las condiciones en que debes hacerlo: hora, lugar, modo. Hora, sobre todo; por esa razón te levantas a la hora en que te levantas y te acuestas a la hora en que te acuestas. De lo contrario te levantarías a otra hora y seguramente te acostarías a otra diferente. Está además el asunto (en algunos casos forzoso), de que el trabajo se hace en un lugar distinto a la casa. Es decir, hay que salir y tomar un medio de transporte para movilizarse hacia ese sitio. Además de todo, se sale a determinada hora, y ese horario a su vez condiciona la hora en que llegas a tu casa, comes con tu familia, descansas, ves a tus amigos, lees, miras la televisión, escuchas música o miras para el techo.

El trabajo es el que dicta el cuándo y el dónde, el tiempo y el espacio de la parte más importante de la vida, la de las horas productivas, la del tiempo creativo. Por si fuera poco, también se rige por una jerarquía: eres jefe o subalterno. Mandas u obedeces, piensas o ejecutas, tienes o no tienes los medios, influyes o no, eres o no un cero a la izquierda. Cuentas o no cuentas. Decides o no decides.

Otra cosa es que algunas personas se entreguen sin pensarlo mucho para hacerlo menos duro. Que se apasionen y quieran creer que el negocio, aunque no sea suyo, vale la pena. Hay gente que se enamora del trabajo, que se lo apropia, que da mucho más tiempo del que le pagan, como si con ello lograra hacerlo más digno, como si así quebrara la relación de paga que lo vuelve, a veces, despreciable.

Trabajar, en ese sentido, es vender, o alquilar, la ‘fuerza’ de trabajo. Muy distinto en cambio es cuando produces a tu ritmo, cuando creas las condiciones para sentarte (caso de los escritores) a escribir a mano alzada, para hablar en voz alta pero interiormente, como pensando con la escritura. Eso no es trabajo ni negocio sino un placer, un disfrute de la propia capacidad creadora que funcionaría igual si se tratara de hacer tornillos, vender comida, construir calles o curar enfermos; cada quien debería administrar su talento en los horarios y condiciones que le produzcan mejor resultado y le hagan feliz.


Carissima in Deliciis

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