Eres cruel y alabada, dulce señora,
porque no me amas para provocar mi amor
entonces esquivas el rostro
y estás allí en tu figura
evades tu cuerpo y se hace más próximo tu aliento
te escondes y los montes se llenan de ámbar
cantas y de tu voz apenas llega el recuerdo
Me dijeron que habías subido al campanario de la aldea
y te pusiste a dar voces y eran tan cristalinas
que encantaste a los muchachos distantes a media legua
Algunas veces, yo también te he escuchado
como si estuviera al pie de la iglesia
He tratado de cantar, de acompañarte,
he buscado a los pájaros que habitan los libros
y ellos vinieron con sus plumas
para honra del caballero y de la dama
unidos por esa voz que echaste a volar desde la torre.
Adriano González León (1931-2008)
Dulcinea (fragmento) de
Hueso de mis huesos (1997)