por Elías Lira
Como reza la vieja canción, tenían solo veinte años. Se conocieron una tarde. La atracción no fue mutua. Quizás lo fue. El quedó impresionado de sus ojos deslumbrantes, su amplia sonrisa y sus carnosos labios con forma de albaricoque. Se llamaba Zulay. Esa noche como todas, él confrontaba nuevamente su pasado.
Un bolero de Julio Jaramillo, otro de los Panchos. La vieja rocola sonando. Déme otra quería decir, pero encontraba dificultad en emitir palabra. Una mano hurgaba dentro de un bolsillo buscando monedas para una canción, la otra mano se aferraba a la copa. Alcohol, sudor mezclado y una extraña fragancia femenina reinante hacían recordarla. Sus pensamientos afloraban buscando una salida. ¿Como decirle lo que sentía? ¿Acaso ella no lo sabía? El siempre decía que amaba a todas las mujeres, a las muchas mujeres del mundo. Afirmaba que le pertenecía a todas ellas. Zulay deseaba oír la única confesión: "no hay mujer como tú". Otra, mesero. Al fin logró gesticular bebiéndose el trago sin parar. "Toma ese puñal, ábreme las venas, quiero desangrarme hasta que me muera"... cantaba a dúo casi besando la rocola. Rocola cruel. Rocola escape. Rocola de muerte. Descargaba su verdadero sentir con la música. ¿Acaso no lo hacemos todos? Otra copa, carajo!
El tumulto ensordecedor y la luz anunciaron el nuevo día. El quería estar con ella: "En verdad la quiero, pero no puedo decírselo" Han pasado casi cuarenta años.