¡Qué hermosa y qué encantadora eres, amor mío, con todos tus encantos!



Al Maestro con Cariño...


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No es Sidney Poiter a quien me refiero, sino a mi maestro del cuarto grado quien era andino. Convidado por uno de mis compañeritos, un día durante el recreo de la mañana nos escapamos de la escuela. Había una abertura en la cerca de la parte de atrás y por allí nos fugamos esperando regresar antes de que finalizara la hora del recreo. Tuvimos que caminar como dos cuadras por un sendero lleno de monte hasta llegar a la solitaria bodeguita. Una señora muy amable nos despachó dos riquísimos golfeados y una “jit” familiar de naranja que nos supo a gloria porque en la cantina de la escuela, no vendían cosas sabrosas y tenían prohibido el expendio de refrescos a los niños.

Pagamos como dos reales y no tardamos en regresar tomando el mismo camino de antes. Cual sería nuestra sorpresa al llegar a la escuela ver a mi mamá junto al maestro aguardándonos en la cerca. De vainita no dejamos el alma en el sitio, veníamos corriendo y casi se nos sale el corazón del pecho. Allí estaba mi mamá. Esperándome de brazos cruzados y con su ceja de siempre bien levantada. Ese día mi madre había decidido traerme el desayuno a la escuela. Me arrastró de las orejas hasta conducirme al salón de clases mientras el maestro jalaba también al otro niñito por las orejas. Cuando llegamos había un silencio sepulcral. Las miradas de todos estaban sobre nosotros y cuando mi madre me soltó sentí mis orejas encendidas como el fuego. La vergüenza fue terrible. Tuve mi primer amor platónico en esa escuela; una niña de nombre Maria Eugenia Rosales que usaba el uniforme hasta los tobillos y andaba con el pelo recogido como una ancianita. Cualquier posible esperanza con ella se esfumó desde entonces. Ese trimestre saqué en la boleta cero cinco en conducta.

Poco después, nos visitó una maestra supervisora del Ministerio de Educación a evaluar los grados de mi escuela. Debo reconocer que mis cuadernos eran impecables, forrados en papel escolar verde, protegidos por una cubierta de plástico y llenos de dibujos de muchos colores. El maestro me hizo sacar mi cuaderno de Biología para demostrarle a la supervisora la calidad de enseñanza que él nos impartía. Sin apresurarse, la visitante del ministerio hojeó las páginas de mi cuaderno hasta encontrar un dibujo detallado de la célula humana. Inmediatamente preguntó, "Niño, ¿sabes lo que es el núcleo?" Aunque yo sabía la respuesta le dije, —No sé—. A mi maestro le cambió el semblante y confundido intentó corregir la situación diciéndome con voz suavecita, —pero si sabes, mira el núcleo, míralo bien—. Yo insistí que no sabía nada y entonces la supervisora me volvió a preguntar, —y ¿qué es el plasma?—. Yo volví a repetirle, —Tampoco sé—. El maestro se descobró poniendome cero cinco en aplicación; lo cual me bajó mucho el promedio de notas. No hace mucho se celebró el Día del Maestro. Después de todo esto, y por años, odie a todos los maestros que eran andinos ●

Elías Lira - 25 Octubre 2005


Carissima in Deliciis

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