"Pero Dios tenía preparado un gran pez que tragase a Jonás; y estuvo Jonás en el vientre del pez tres días y tres noches. Entonces oró Jonás a Dios desde el vientre del pez....Y Dios le habló al pez, y vomitó a Jonás en la Tierra" (Jonás 1:17; 2:10) La historia de Jonás puede reconstruirse como una alegoría del curso de la vida del hombre en este mundo. Jonás desciende rumbo al barco: esto es paralelo al alma del hombre que desciende para entrar al cuerpo que le corresponde en este mundo. ¿Por qué se le llama Jonás al alma [lit., afligida ]? Por la razón de que ella se convierte en sujeto de todo tipo de vejaciones una vez que ha entrado en sociedad con el cuerpo.
Así, un hombre en este mundo está como en un barco que cruza el ancho océano y puede ser despedazado, como está escrito: "Así que el barco podía ser destrozado" [Jonás 1: 4]. Y asimismo, también el hombre en este mundo comete transgresiones pues supone que su Señor desatiende al mundo y, por tanto, su presencia puede ser eludida. De ahí que el Todopoderoso despierta una tormenta iracunda, es decir, el juicio de un hombre que siempre se encuentra ante el Ser Supremo, bendito sea, e inexorablemente busca su castigo. Entonces es esto lo que golpea el barco, y recordando los pecados del hombre, lo atrapa; el hombre queda en medio de la tempestad y lo aqueja la enfermedad, tal como Jonás "fue lanzado a las partes más profundas del barco; y se acostó y se quedó dormido" [íbid. 1: 5]. Así que el hombre permanece aquejado, y aun así su alma no hace intento alguno por volver a su Señor, volver y expiar sus pecados. Luego, "el capitán del barco vino a él", es decir, aquel que es el timonel de todo, y la Buena Inclinación, "y le dijo: ¿Qué significa que tú te quedes dormido? Levántate y alza los ojos a tu Dios" [íbid. 1: 6]; no es hora de dormir, estás a punto de ser prendido para que se te haga un juicio por todos tus actos en este mundo. Arrepiéntete de tus malas acciones. Arrodilla tu mente ante estas cuestiones y regresa a tu Señor.
"¿Cuál es tu ocupación?", es decir, en la que está comprometido en este mundo, y confiesa lo que a ella se refiera ante el Señor; y "de dónde vienes tú"; o sea, de un rango ínfimo, y por tanto, retén tu arrogancia ante Él. "¿Cuál es tu país?, considera cómo del polvo vienes y al polvo has de regresar; "y de qué gente eres tú" [íbid. 1: 8], es decir, considera si puedes abrigar la esperanza de ser protegido en virtud de los méritos de tus ancestros.
Cuando se le lleva ante el tribunal celestial para ser juzgado, la tempestad que era en realidad la sentencia tal y como se desenfrenó frente a él, llama al Rey para que castigue a todos los prisioneros del Rey. Luego los consejeros del Rey vienen ante él a su debido tiempo, y el tribunal queda constituido. Algunos abogan por el acusado y otros en su contra. Si al hombre se le considera culpable, como en el caso de Jonás, entonces "los hombres remaron con todas sus fuerzas para llevarlo a tierra, pero no pudieron"; así, aquellos que abogan por él, presentan argumentos en su favor y buscan hacerla regresar a este mundo, pero fracasan en su intento; "pues la marea creció y creció más tempestuosamente contra ellos" [íbid. 1: 13], es decir, la persecución incita la furia contra él, hunde la defensa y el hombre permanece convicto ante sus transgresiones. Es entonces cuando tres emisarios elegidos descienden a él. Uno de ellos lleva a cabo un balance de todas las buenas acciones y las malas del hombre en este mundo; otro, saca la cuenta de sus días; el tercero es aquel que constantemente ha estado con el hombre, desde el periodo en que estaba encerrado en el vientre de su madre.
Como se ha dicho, la condena se calma sólo cuando "ellos se llevaron a Jonás" [íbid. 1: 15], cuando ellos conducen al hombre de su hogar al sitio de su entierro. Luego se lanza una proclama en relación con él que, en caso de que haya llevado una vida justa, dice: ¡Alabada sea la imagen del Rey! "El consiguió la paz, descansen en sus lechos todos aquellos que se cruzaron por su camino del bien" [Isa. 57: 2]. Pero para un hombre malo, cuando muere, la proclama es: ¡Desgraciado es este hombre, no debía haber nacido! Respecto de este tipo de hombre, está escrito: "Y lo arrojó al mar; y cesó la furia del mar" [Jonás 1: 15], lo cual significa que la condena cesará en su furia sólo una vez que lo hayan bajado a su tumba que es el sitio del juicio. Y, en verdad, el pez que se tragó a Jonás es la tumba; y "Jonás estuvo en el vientre del pez" [íbid. 2: 1], que se identifica con "el vientre del inframundo" como lo vemos en el pasaje: "Desde el vientre del inframundo clamé yo" [íbid. 2: 3].
"Tres días y tres noches" [íbid. 2: 1], que se refiere a los tres días que un hombre permanece en la tumba antes de que su vientre se derruya. Al final del tercer día, deja salir su putrefacción en el rostro diciendo: Recibe nuevamente aquello que pusiste en mí; todo el día tú comiste y bebiste, nunca diste nada a los pobres; como días festivos y de descanso fueron todos tus días, pero los necesitados no compartieron tu comida y permanecieron hambrientos. Recibe nuevamente aquello que pusiste en mí.
Y una vez transcurridos tres días más, el hombre es castigado en cada órgano, en los ojos, las manos, los pies. Pues durante treinta días el alma y el cuerpo reciben castigos juntos. Por eso el alma se demora durante este tiempo en la tierra y no asciende hasta su esfera, como una mujer a la que se aisla durante el periodo de su impureza.
Entonces el alma asciende y el cuerpo continúa consumiéndose en la tierra y ahí yacerá hasta la hora en que el Ser Supremo, bendito sea, haga que los muertos se levanten. En ese momento, una voz tronará por entre las tumbas y proclamará: "Despierten y canten, ustedes los que habitan el polvo -pues su rocío es como el rocío de la luz- y la tierra dará vida a las tinieblas" [refaim, Isa. 26: 19]. Esto será cuando el Angel de la Muerte desaparezca del mundo, como está escrito: "El tragará la muerte para siempre; y el Señor Dios secará las lágrimas de todos los rostros; y el reproche de su gente El hará desaparecer de toda la tierra entera" [íbid. 25: 8].
Es a ese acontecimiento al que se alude con las palabras: "Y el Señor habló con el pez y éste vomitó a Jonás en la tierra seca" [Jonás 2: 11]; cuando las tumbas escuchen el clamor de dicha voz puntualmente arrojarán los cadáveres que en ellas yacían. Y los muertos asumirán su prístina condición corporal, tal como lo indica la palabra refaim [tinieblas] que se relaciona con rafah [curación].
Así pues, vemos que la historia de aquel pez lleva consigo palabras de solaz para el mundo entero. Murió cuando acababa de tragar a Jonás; así y todo, fue vuelto a la vida tres días después y lo vomitó. Y de modo parecido, en el futuro, la tierra de Israel primero será llevada a una nueva vida, y luego "la tierra dará vida a las tinieblas"
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