© Elías Lira - Junio 2006
Impregnaba la barra en un arreglo de irregulares y húmedos círculos con simetría absoluta en horas repletas de humo y subterfugios. Quería invocar al Hijo de Zeus. Aguafiestas del vino. Príncipe promotor de los infiernos. El que absorbe huesos, mente y sueños en arremolinadas lanzas de caracol a cambio del dithyrambus. Entonces, se llenó la atmósfera de alcoholes y doncellas embriagantes. La deseada locura ritualista de todos los sentidos, un abismo donde las uvas protagonizan el placer de la eterna intoxicación. Bebe la copa. ¿Retendrá el gran bacanal sus hilos de espanto? Bebe. Es la promesa única de regresar al éxtasis del delirium tremens para nunca más volver.