
"Lo único que hacía durante los viajes de círculos viciosos era leer libros de versos y versos y versos, a razón quizá de una cuadra de versos por cada cuadra de la ciudad, hasta que se encendían las primeras luces en la lluvia eterna, y entonces recorría los cafés taciturnos de la ciudad vieja en busca de alguien que me hiciera la caridad de conversar conmigo sobre los versos y versos y versos que acababa de leer. A veces encontraba a alguien, que era casi siempre un hombre, y nos quedábamos hasta pasada la medianoche tomando café y fumando las colillas de los cigarrillos que nosotros mismos habíamos consumido, y hablando de versos y versos y versos, mientras en el resto del mundo, la humanidad entera, hacía el amor".
La sagrada arquitectura arropada de tinieblas. Su soledad. Sus reiterados cerros.
Devuélveme, merideña mía, los tapices de lana testigos únicos del calor más íntimo.
Este día
Lo único que me da vueltas en la cabeza es recordar con profunda reminiscencia “aquellas tardes y aquellos desayunos” que habíamos comido con tantas ganas en la casa del recordado Justo. El viejo Justo Solórzano era un fiel amigo que mostraba esa tristeza en el caminar como un rosario que recitaba todos los días. Inolvidables el Lajao, la Virgen y la Nevera. Sueños que se sueñan para siempre y no abandonan ya nuestra alma. En Puerto Colombia la bahía forma un borrascoso círculo de agua, entre peñeros multicolores, espuma y malecón. Un niño encima de un cañón apunta a un corsario en el horizonte. Ávidos de sol y cerveza pensamos en Chuao o quizás Cepe. Botines de peces rojos a veces nos aguardaban donde el negro Cheo (Justo era un experto en masticar las cabezas de pesca'o frito). Por las tardes, a lo lejos desde la Loma, se podía divisar el Trapiche, allí donde dormían las nubes del cerro, que una vez visitamos empalagados de caña de azúcar.
Abajo, el museo y el gran dique. Camino de piedras las palabras. El Wilo, Coquito y los amigos. Más de una vez, entre cortinas de plata, sorbimos un largo trago de "guarapita doctor killer", mientras llenábamos de besos a la amada. Collares álgidos descolgaban de los rostros en el éxtasis del instante. Arriba, el calor y las mochilas, y en el cuarto el espiral humeante. Ebria en el cristal la serpiente. Con la noche, el fuerte ruido de pájaros nocturnos se desliza por las rendijas de las ventanas. Ahí viene Justo decían, y es que nadie caminaba como él lo hacía. El tiempo se ha esfumado, pero el viejo Justo aún es amado. Sobretodo en Choroní.
© Women In The Workplace by Stuart Briers
